“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva la firmeza de mi espíritu.” Salmo 51:10
No me gusta mucho el cambio. Grande o pequeño, siempre me crea en mi algo de molestia. Se me dificultan simples transiciones que, para otra persona tal vez, no las consideraría como un problema. Desde comprar un vehículo hasta renovar una suscripción, mi mente comienza a sobre acelerarse, solo al pensar en la situación. Esta es la manera en que fui creado; pero igual vienen los cambios (me encuentre o no preparado).
¡Menciono esta verdad ya que la vida de un cristiano se encuentra llena de cambios!
Hace diez años, Dios provocó el cambio más grande de mi vida – el día en que me dio Su salvación. En ese momento fui cambiado por la eternidad. Este mismo cambio te a sucedido también a ti, como cristiano. Fuimos transformados como hijos de la ira de Dios, a ser hijos amados por Dios. Pasamos a estar muertos espiritualmente, a una nueva vida en el Espíritu. Hemos cambiado de no producir frutos, a ser fructíferos. Viviendo como en abandonados, a ser adoptados – en un tiempo olvidados, pero ahora completamente perdonados.
Ahora, este no es el cambio, en realidad, al cual me quería referir. En la Biblia leemos sobre la santificación del creyente, la cual es una muestra de la obra de Dios en nuestra vida. Continuamente Dios nos trae cambio, con el propósito de dejar nuestra antigua manera de ser, siendo transformados a la imagen de Cristo. Como puedes ver, Dios no nos ha salvado con la intención de dejarnos colgando, esperando hasta que vuelva por nosotros. La santificación nos demuestra que, mientras más vivamos día a día nuestra fe, en realidad es Dios quien obra en nosotros.
Esto también significa que, cuando nosotros caminamos hacia la ciudad para bendecir a los que están necesitados, Dios trae un cambio en nuestro corazón. En el momento en que le damos la espalda a la tentación y corremos alejándonos del pecado, Dios va transformando nuestros deseos. Mientras oramos por las viudas, los que son huérfanos, y quienes están perdidos, Dios produce un renuevo en nuestras emociones.
¡Nuestro Dios es un Dios que nunca cambia, pero Él siempre nos está cambiando a nosotros! Sin importar, si nos oponemos al cambio o si lo recibimos con los brazos abiertos; de cualquier manera, el cambio es una bendición para nosotros. Como lo mencione en el principio, a mí no me agradan los cambios, excepto cuando provienen de Dios y transforman mi vida. ¡Jamás me he sentido más agradecido!
Recibe animo – El siempre termina su obra en nosotros.
Amigo mío, toma un tiempo en tu día para agradecerle a Dios por todo lo bueno que Él ha hecho en tu vida. Ora por un corazón como el del salmista David – un corazón que desea que Dios continúe transformando tu vida.
Forever changed,
Bryan
Posted in A Word from the Pastor,
Word en Español by admin